Literatura de Mendoza

Literatura de Mendoza


 

En esta entrevista dialogamos con la escritora mendocina Eliana Abdala, quien cálidamente nos recibió en su casa y bajo el limonero de su jardín conversamos sobre la vida, la educación, el cine, la cultura, los jóvenes… Cada tema derivaba en otro tema, cada idea en otra más importante… Eliana es una persona con mucho para decir y mucho para escribir… Aquí, sólo algunas preguntas con grandes respuestas por parte de la autora de la Fuerza de los Monterrey.

¿Cómo se escribe un libro?

(Risas)… Eso no te lo puedo contestar, sería como preguntarle a un pintor cómo se pinta un cuadro. Cada libro nace distinto, pero es todo trabajo. No solamente inspiración, hay una idea y de ahí yo machaco esa idea. En todos mis libros hay algo en común y es el personaje heroico; me gustan aquellos que abren la huella. Gesto el libro a partir de un hecho que me causa admiración por la persona que lo hace. Mis libros tienen el lema de que hay algo que hacer, las cosas hay que hacerlas y no son fáciles, no se puede ser espectador. Entonces, esos personajes fuertes están tomados de grandes personajes que hacen grandes gestos y la historia los pare y los registra. Confirman, de esta manera, el no existe no se puede. Por supuesto que no todo el mundo es el Che, o Evo, o Lula, pero hay quienes lo son y existen, y son aquellos con un destino marcado en un mundo que no es fácil y que nunca lo fue; no existe el paraíso dorado, pero exiten espíritus de época.

¿Sos de los que se acuestan con una libretita en la mesa de luz por si en el sueño aparece alguna idea o frase para escribir?

No, me siento a escribir conciente, tengo que estar bien para escribir, bien de salud y de ánimo.   

Has escrito muchos libros, pero ¿por qué creés que la novela La Fuerza de los Monterrey ha gustado tanto a los adolescentes?

Ese libro tuvo inspiración. Los personajes se presentaban… yo pienso que les pinté a los jóvenes un mundo ideal, porque los personajes y las situaciones son ideales, aunque con realismo y con cosas simples. Y apareció también en un momento en el que el mundo intrafamiliar se había roto. La novela dice cosas que otras generaciones habían dado como obvias, como por ejemplo el compromiso, los límites, el valor, la aceptación del dolor que te toca. Los chicos piden límites, reglas claras, pero con amor. 

¿Cómo surgió la idea de escribir sobre la Biblioteca de Alejandría?

Por el personaje de Hipatia y los sabios de esa época que tenían una «cabeza gigante». Investigué sobre la vida de esta científica y me topé en la biblioteca con un libro que llegó justo en ese momento para mí, que justamente era sobre la historia de la Biblioteca de Alejandría.

¿Cómo eran tus clases de lengua y literatura?

Tenía siempre como objetivo la interpretación y la producción de textos. Les daba un texto con consignas para interpretar y producir, ese texto podía ser expositivo, un cuento o una canción. Siempre busqué textos que los abriera al mundo y los formara como ciudadanos. Usé mucho el diario, cuentos, poemas y obras completas, novelas que les exigía que compraran, muchas veces tuve problemas porque los padres o los alumnos me decían que no tenían dinero, pero eso también se discutía, yo les decía: «tenés que invertir en tu educación» y a los padres les aconsejé que leyeran junto a sus hijos y lo entendieron. Trabajé Antígona, Edipo Rey hasta Savater y Humberto  Eco. Muy poco enseñé sobre gramática y mucho menos análisis estructural. Para mí, sobre el escrito se ve la gramática. Debemos llenar la cabeza de ideas, ninguno de nosotros puede escribir si no sabe nada, si no tiene qué decir, y vamos a decir en la medida en que sepamos. Yo les decía en las clases: el saber es un arma poderosa. Mis libros están impregnados de ideología, tienen una tendencia.

¿Cuándo te diste cuenta que querías escribir? 

Para mí escribir nunca fue difícil, me ayudó mucho la formación de la escuela a la que fui, antes las evaluaciones eran ensayos y eso te obligaba a tener que escribir bien. También reconozco que siempre fui una lectora compulsiva y uno va absorviendo cómo se escribe y desde qué lugar. Al principio fue un empuje, ahora es un trabajo.     

¿Qué escritores de Mendoza te gustan?

Rodolfo Braceli tiene un humor que me encanta, una capacidad para sacralizar temas difíciles, también los cuentos de Emilio Fernández Cordón y las historietas de Chanti.           

 ¿Cuál de tus libros llevarías al cine?  

Sin dudas Morir por Alejandría, aunque también La Fuerza de los Monterrey, me imagino a Tom Cruise interpretando el personaje de Fernando…

¿En qué género literario te sentís más cómoda?

En la narrativa, me gusta armar escenas, que pasen cosas. Muy parecido a la novela tradicional.

¿Qué estás escribiendo ahora? 

Estoy de cabeza con un ensayo sobre el Vanguardismo en el Folcklore, tema que quiero presentar en un congreso. Pero también estoy con una nueva novela que me tiene muy ocupada y estoy investigando sobre la primavera árabe, Tahrir, la pelea por la libertad, el idealismo de los jóvenes y sobre todo la lucha de las mujeres en esos países. Es ambiciosa. Tengo el esquema y mucho trabajo por delante.

También has escrito historias para niños, ¿compartirías con nosotros alguna?

Por supuesto, les voy a leer una novela corta llamada:

Éste es un niño que vive entre las viñas.

Su papá  -Pascual- es contratista. Su sueldo es bajo. También cobra por jornales extras y si la cosecha es buena, entonces gana un porcentaje. Esa ganancia es la que esperan cada año. La cosecha de la uva se levanta justo cuando empiezan las clases.

Ese año, Lisandro –que así se llama el niño- cumplió los diez y pasó a cuarto grado en la escuela de Villa de los Sauces –que así se llama el pueblo próximo.

Su papá dijo, después de cenar puchero y cuando la televisión puso propagandas:

-La cosecha viene buena, si no cae piedras. Ya contraté en la cuadrilla de Funes.

Ni siquiera su mamá le prestó atención porque era un comentario de lo  más normal. Doña Estefanía –que así se llama la mamá de Lisandro- lavaba los platos ligerito porque es fastidioso lavar los platos. A veces doña Estefanía lo manda que los seque y los guarde. Él se va  afuera a jugar con la pelota y se salva de la cocina.

Pero esa noche don Pascual  -así le dicen a su papá- siguió hablando y él –Lisandro- se da cuenta de que tiene que quedarse de sobremesa porque lo que sigue es importante. Y sí…su papá lo mira:

-Este año Lisandro va a tener que ayudar.

Su mamá Estefanía se sentó con un suspiro y el bebé –Oscar- que así se llama el hermanito de Lisandro- lloraba insistentemente.

Pero el niño mira a su papá y le pregunta, aunque ya sabe la respuesta_

-¿A la cosecha acá? Si ya he estado antes.

-Sí, pero ahora todo el tiempo. Así llenamos los canastos más rápido.

La mamá  le puso el chupete a Oscarcito y  replicó:

-Pero el lunes empiezan las clases.

El papá no la mira directo, pero dice:

-Que vaya después de la cosecha. Es lo mismo…

Lisandro piensa mientras muerde un durazno prisco, sabroso, que se cortan en el cuadro de abajo:

-Pero lo que gane es para mí –dijo-.

Su mamá lo mira sorprendida:

-¡De cuándo! –exclama- ahora con pretensiones, como si no te diéramos.

-Bueno –dijo el papá Pascual- algo te va a quedar, si la cosecha es güena…

-¿Y cuánto el canasto?

-Un peso, hasta ahora…cien a la mañana y entre cincuenta y setenta a la tarde, si todos  cortamos..

Lisandro quedó entre entusiasmado y dudoso. Reflexivo como era pensó y pensó en todo el asunto y luego entendió que faltaban algunos datos:

-¿Y el patrón me va a dar tijeras? Igual, no alcanzo los parrales.

-Yo te doy tijeras. Subido a las escaleras sí alcanzás. Ya sos grande.

¿Ustedes creen que Lisandro estaba triste porque tenía que cosechar junto a sus padres? No. Estaba orgulloso porque su papá le había dicho que era grande. Bueno, tampoco esta feliz, feliz así, como si hubiera recibido un regalo especial…bueno, tanto no…pero estaba bien porque en las viñas trabajan todos y era lógico que él tuviera que cosechar. Además, conoce la finca, cepa por cepa y árbol por árbol. Y le gusta. Le gusta más que la plaza de Villa de los Sauces donde está la escuela y la iglesia. Siempre le parece aburrida la plaza…claro que a la ciudad no va casi nunca, cuando se van sus padres, él se queda a cuidar la casa, se pone a juntar sarmientos y a sacar yuyos de los surcos. 

-Se nos va mucho en pasajes- siempre dice eso su mamá.

Lisandro sabe mucho de la finca: sabe cuándo y cómo podar los sarmientos para que las plantas den uvas grandes y buenas, sin carga demás. Sabe atar los sarmientos al alambre con hilos plásticos (antes se ataban con totora húmeda, le cuenta el abuelo). Sabe dónde hay que abrir hijuelas y acequias y tapar cuando llega el turno del agua…cuando el agua toca muy de noche, digamos, a las dos o tres de la mañana, su papá no lo deja ir porque en invierno caen heladas intensas y su papá vuelve de madrugada con mucho frío y pide unos mates calentitos…pero en verano, sí va con él y le ayuda:

-A ver, m’hijo, saque esa compuerta y tape acá pa regar las criollas…así, más rápido – y su papá y él trabajan juntos- vaya Lisandro…corra a la casa y traiga la pala puntuda que la dejé apoyada en el galpón…y así.

Donde nunca lo lleva es al boliche. La mamá se pone rabiosa cuando el papá se va al boliche. Lisandro no sabe por qué.

Ya ven, éste es un niño que de viñas y parrales sabe mucho porque vive con ellas, juega entre ellas y se sienta bajo los olivos que hay en los surcos entre las vides a leer unos libritos de cuentos que a veces su mamá le compra cuando va a la ciudad, y lee en voz alta y comenta solito:

-y el…ba…barco…part….partió. el barco partió hacia el  m…mar. –aquí es cuando deja el libro y les comenta a las plantas o a su perrito Remolón –que así se llama el perrito blanco y negro que él tiene- ¿cómo será el mar? Ah…si yo pudiera ir en un barco…aunque más no sea una vueltita…cuando sea grande voy a viajar hasta donde está el mar y me voy a ir en un barco…no me da miedo a mí.

¿Ustedes saben que las viñas están muy lejos del mar?

También lee las revistas que a veces consigue, ésas que vienen con los diarios. El diario no lo lee, le aburre la letra chiquita y no entiende nada. Bueno, en su casa no lo compran, a veces su mamá lo trae de la patrona. 

-y el cohe…cohete en el esp…espacio…el satélite enel espacio…-y Lisandro levanta la mirada en el intenso azul del cielo y trata de imaginar un satélite en el espacio y le comenta a su perrito:

-me da un poco de miedo volar así…en un avión me parece que sí –y extiende los brazos y corre haciendo brrr….brrr….con la boca.

Lo que sí le gustaría es subir a un helicóptero. Los ha visto cerca cuando la policía a veces pasa en el helicópteros y Lisandro imita el sonido:

-ta ta ta ta …ya sé- comentó- hacen lo mismo que los picaflores, porque los picaflores hacen así con las alitas –y mueve sus brazos como una hélice.

Eso cada día y entonces Lisandro, aunque tiene diez años, sabe cuáles son las viñas de varietales, de malbec, de sultanina, de sirah, cuál está cargando más, cuándo les falta agua, y cuando aparece la peronóspera y entonces sabe que hay que sulfatar y su mamá le dice:

-no salga…no vaya porque si respira sulfato se enferma de los pulmones –y Lisandro se queda a ver televisión, un rato porque la televisión le aburre, su mamá sí ve las novelas, pero a él le parecen tonterías todo lo que dicen…a veces se besan y él mira…mira …y su mamá le da permiso para ir en bicicleta hasta lo del Tito a jugar con él. El Tito es su primo.

Así es Lisandro. Un niño tranquilo que no sabe cómo es el mar, que le da un poco de miedo volar en un cohete, un poquito de miedo volar en avión y no tiene miedo de volar en helicóptero. Que sabe mucho mucho de viña y uvas y duraznos y damascos y membrillos y que se dispone a cosechar este año  y por eso comenzará la escuela a mitad de abril…como casi todos sus amigos…  CONTINÚA.

                                                                              (Inédito)

Si desea contactarse con la autora:

www.alianaabdala.com.ar  – e-mail: eliana_abdala@yahoo.com.ar

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